Chema era un
chaval de 24 años con toda la vida por delante. Había acabado una carrera de
letras en la Barcelona postolímpica, lo que le garantizaba que no iba a
encontrar trabajo fácilmente. El verano de 1994 iba a ser uno de los veranos
más inolvidables que iba a pasar. Hacia unos meses había finalizado la relación
que tenía con su novia del instituto. Ocho años de noviazgo con altibajos que
finalizó de una manera natural. Con los estudios acabados y sin ningún trabajo
estable a la vista, había pasado los últimos meses buscando algún trabajo fuera
del país, cuanto más lejos mejor. Había ido a Madrid a hacer unas pruebas para
poder estudiar en la escuela de cine de San Antonio de los Baños en La Habana,
pero el examen no le había ido bien y no le habían llamado.
A principios
de julio empezó a trabajar en un Campus deportivo especializado en Tenis. Allí
enseñaba a jugar al tenis a niños y niñas de 3 a 12 años. Era el segundo año
que lo hacía. Era un trabajo fácil y realizado en buen ambiente. Todos los
otros monitores eran chicos y chicas jóvenes como él, lo que hacía que siempre
estuvieran de buen humor. El año anterior había conocido allí a Mónica. Una
monitora de tenis que, como él, en ese momento tenía pareja, por lo que en
ningún momento hubo ningún tipo de acercamiento. Pero este año la cosa era diferente. Desde el principio el tonteo entre los dos era evidente. Y aunque
ella seguía saliendo con su novio, eso no impedía que pasaran mucho tiempo
juntos. En el fondo eran muy diferentes, él estaba en ese momento obsesionado
con las películas de Luis Buñuel y con El
Gabinete del Doctor Caligari y ella tocaba el piano y le gustaba Pimpinela.
Esa diferencia de carácter no impidió que entre ellos surgiera algo que en ese
momento no era más que un tonteo.
Todas las
tardes empezaron a quedar, siempre con otros monitores, y los jueguecitos
empezaron cada vez a ser más serios.
El día 10 de
julio, Chema recibió la noticia que más estaba esperando, le habían admitido en
una Universidad en Seattle (USA) para trabajar durante todo un año. ¡Era la
noticia que estaba esperando! Nada le podía hacer más feliz. Bueno, ¿nada?
El 17 de julio Italia y Brasil jugaban la
final del mundial de EEUU de fútbol. A Chema no le gustaba el fútbol, pero era
una buena excusa para salir con el grupo de monitores con los que habían hecho
una buena pandilla. Allí estaba Chema, Geles, Jordi, Soraya y, por supuesto, Mónica.
Fueron a
cenar y luego fueron a un bar a ver el partido en pantalla gigante. Para cuando
Roberto Baggio falló el penalti que dio el título a Bebeto y Romario, Chema y
Mónica ya se habían quedado solos. Un paseo bajo la luz de la luna hasta la
puerta de la casa de ella, sólo pudo acabar en un beso, que fue el primero de
muchos.
La situación
era la que era, él se iba en un mes a pasar un año fuera. Ella tenía novio. Y
estaba en la mili. No había mucho que perder. Solo disfrutar del momento. Sin
pensar mucho en el futuro.
Fueron días
extraños. Se veían a escondidas, evitando a la gente, aunque sus compañeros de
trabajo rápidamente se enteraron de su relación.
Cada tarde,
al salir del trabajo, se veían en un bar cercano. A veces junto a Geles y
Jordi, otra pareja que se estaba formando. Algunas tardes iban a la playa. Por
alguna extraña razón iban a la playa de Ocata en El Masnou, aunque tenían
playas más cercanas, sabían que en esta no se iban a encontrar a nadie
conocido.
El primer
fin de semana casi no se vieron. Su novio estaba de permiso y no había
posibilidad de encontrarse. El domingo por la noche, una vez él se había ido al
cuartel, quedaron otra vez. Esa semana no se separaron casi en ningún momento. Era
la última semana de trabajo en el Campus, y ese viernes 30 de julio se iban con
todos los monitores a cenar a un restaurante de Barcelona. Aunque realmente esa
noche no pasó nada, por la cabeza de Chema sí que pasaron muchas cosas. Llevaban
dos semanas viéndose a escondidas y en breve él se ira muy lejos. Tenía
decidido irse a USA, por lo que no podía pedirle a ella que dejara a su novio.
Nunca, en todo este tiempo, le pidió que diera ese paso. Lo que sí hizo es
prometerle que volvería y que podrían repetir todo lo que pasó ese verano.
El cinco de
agosto, junto con otros monitores, se fueron a pasar unos días al camping Cala
GoGo de Platja D’Aro. Allí no se separaron ni un solo momento. El día lo
pasaban en la playa y las noches eran una juerga constante. Allí Chema, Mónica,
Geles, Jordi, Soraya, Elisa y Sebas lo pasaron como nunca en su vida lo iban a
pasar. La juventud, el Mediterráneo, la música, las risas,… tenían todo, nada
les podía pasar, tenían toda la vida por delante. Todo era como uno de los
anuncios que, años más tarde, harían los de Cervezas Damm. Se lo pasaron tan bien, que algunos fueron con
una pareja, y volvieron con otra…
Al cabo de
unos días volvieron a sus casas. Chema tenía que preparar su viaje y el verano
estaba llegando a su fin, todo y que no habían superado ni la mitad del mes de
agosto.
Para él,
estos últimos días habían significado mucho. En cualquier otro momento, la relación
con Mónica habría sido un simple rollo de verano. Pero nada más lejos, ella se había
metido en su cabeza e iba a ser difícil que nunca más saliera de ella.
El lunes 15
de agosto Chema a las 11.00 coge el vuelo 455 de la TWA con destino a Seattle.
Ante él se abría
un nuevo mundo de oportunidades y de sueños por cumplir. Atrás dejaba un
profundo amor por Mónica que no sabía hasta donde iba a llegar. El tiempo pondría
todo en su sitio.
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