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dissabte, 7 de març del 2020

Verano del 94


Chema era un chaval de 24 años con toda la vida por delante. Había acabado una carrera de letras en la Barcelona postolímpica, lo que le garantizaba que no iba a encontrar trabajo fácilmente. El verano de 1994 iba a ser uno de los veranos más inolvidables que iba a pasar. Hacia unos meses había finalizado la relación que tenía con su novia del instituto. Ocho años de noviazgo con altibajos que finalizó de una manera natural. Con los estudios acabados y sin ningún trabajo estable a la vista, había pasado los últimos meses buscando algún trabajo fuera del país, cuanto más lejos mejor. Había ido a Madrid a hacer unas pruebas para poder estudiar en la escuela de cine de San Antonio de los Baños en La Habana, pero el examen no le había ido bien y no le habían llamado.
A principios de julio empezó a trabajar en un Campus deportivo especializado en Tenis. Allí enseñaba a jugar al tenis a niños y niñas de 3 a 12 años. Era el segundo año que lo hacía. Era un trabajo fácil y realizado en buen ambiente. Todos los otros monitores eran chicos y chicas jóvenes como él, lo que hacía que siempre estuvieran de buen humor. El año anterior había conocido allí a Mónica. Una monitora de tenis que, como él, en ese momento tenía pareja, por lo que en ningún momento hubo ningún tipo de acercamiento. Pero este año la cosa era diferente. Desde el principio el tonteo entre los dos era evidente. Y aunque ella seguía saliendo con su novio, eso no impedía que pasaran mucho tiempo juntos. En el fondo eran muy diferentes, él estaba en ese momento obsesionado con las películas de Luis Buñuel y con El Gabinete del Doctor Caligari y ella tocaba el piano y le gustaba Pimpinela. Esa diferencia de carácter no impidió que entre ellos surgiera algo que en ese momento no era más que un tonteo.
Todas las tardes empezaron a quedar, siempre con otros monitores, y los jueguecitos empezaron cada vez a ser más serios.
El día 10 de julio, Chema recibió la noticia que más estaba esperando, le habían admitido en una Universidad en Seattle (USA) para trabajar durante todo un año. ¡Era la noticia que estaba esperando! Nada le podía hacer más feliz. Bueno, ¿nada?
 El 17 de julio Italia y Brasil jugaban la final del mundial de EEUU de fútbol. A Chema no le gustaba el fútbol, pero era una buena excusa para salir con el grupo de monitores con los que habían hecho una buena pandilla. Allí estaba Chema, Geles, Jordi, Soraya y, por supuesto, Mónica.
Fueron a cenar y luego fueron a un bar a ver el partido en pantalla gigante. Para cuando Roberto Baggio falló el penalti que dio el título a Bebeto y Romario, Chema y Mónica ya se habían quedado solos. Un paseo bajo la luz de la luna hasta la puerta de la casa de ella, sólo pudo acabar en un beso, que fue el primero de muchos.
La situación era la que era, él se iba en un mes a pasar un año fuera. Ella tenía novio. Y estaba en la mili. No había mucho que perder. Solo disfrutar del momento. Sin pensar mucho en el futuro.
Fueron días extraños. Se veían a escondidas, evitando a la gente, aunque sus compañeros de trabajo rápidamente se enteraron de su relación.
Cada tarde, al salir del trabajo, se veían en un bar cercano. A veces junto a Geles y Jordi, otra pareja que se estaba formando. Algunas tardes iban a la playa. Por alguna extraña razón iban a la playa de Ocata en El Masnou, aunque tenían playas más cercanas, sabían que en esta no se iban a encontrar a nadie conocido.
El primer fin de semana casi no se vieron. Su novio estaba de permiso y no había posibilidad de encontrarse. El domingo por la noche, una vez él se había ido al cuartel, quedaron otra vez. Esa semana no se separaron casi en ningún momento. Era la última semana de trabajo en el Campus, y ese viernes 30 de julio se iban con todos los monitores a cenar a un restaurante de Barcelona. Aunque realmente esa noche no pasó nada, por la cabeza de Chema sí que pasaron muchas cosas. Llevaban dos semanas viéndose a escondidas y en breve él se ira muy lejos. Tenía decidido irse a USA, por lo que no podía pedirle a ella que dejara a su novio. Nunca, en todo este tiempo, le pidió que diera ese paso. Lo que sí hizo es prometerle que volvería y que podrían repetir todo lo que pasó ese verano.
El cinco de agosto, junto con otros monitores, se fueron a pasar unos días al camping Cala GoGo de Platja D’Aro. Allí no se separaron ni un solo momento. El día lo pasaban en la playa y las noches eran una juerga constante. Allí Chema, Mónica, Geles, Jordi, Soraya, Elisa y Sebas lo pasaron como nunca en su vida lo iban a pasar. La juventud, el Mediterráneo, la música, las risas,… tenían todo, nada les podía pasar, tenían toda la vida por delante. Todo era como uno de los anuncios que, años más tarde, harían los de Cervezas Damm.  Se lo pasaron tan bien, que algunos fueron con una pareja, y volvieron con otra…
Al cabo de unos días volvieron a sus casas. Chema tenía que preparar su viaje y el verano estaba llegando a su fin, todo y que no habían superado ni la mitad del mes de agosto.
Para él, estos últimos días habían significado mucho. En cualquier otro momento, la relación con Mónica habría sido un simple rollo de verano. Pero nada más lejos, ella se había metido en su cabeza e iba a ser difícil que nunca más saliera de ella.
El lunes 15 de agosto Chema a las 11.00 coge el vuelo 455 de la TWA con destino a Seattle.
Ante él se abría un nuevo mundo de oportunidades y de sueños por cumplir. Atrás dejaba un profundo amor por Mónica que no sabía hasta donde iba a llegar. El tiempo pondría todo en su sitio.

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