Julio se
despertó sin saber dónde estaba. Estaba en medio del desierto. No podía
recordar nada de lo que había pasado en los últimos 7 días. Se acordaba que
había ido de vacaciones a Benidorm con unos amigos. Estaban en un hotel enorme
y habían salido de fiesta. Habían intentado ligar, pero todas las mujeres a las
que se acercaban salían corriendo. Eran el típico grupo de pardillos con pinta
de intelectual que solo sabían hablar de videojuegos. No tenían muchas
habilidades sociales, de hecho los dos primeros días solo habían ido del
restaurante a la habitación a jugar a la consola. Consolas que habían traído de
casa, ya que el hotel no disponía en las habitaciones. Partidas interminables
de Call of Duty o de Fornite, de las mismas que hacían cuando estaban en casa,
regadas con grandes dosis de RedBull y Monster.
Fue la
tercera noche cuando decidieron salir a la calle. Se arreglaron lo que pudieron
y fueron a cenar fuera. Cuando salían del McDonalds, Braulio propuso ir a una
discoteca a tomar un pelotazo (uso esa misma expresión). Julio y Carlos le
miraron con cara de susto, pero aceptaron ante la insistencia de su compañero.
El pub
Penélope fue el sitio escogido. Con ese nombre no podía pasar nada malo, la
abuela de Braulio se llamaba Penélope. Era un bar con vistas a la playa
decorado de manera moderna que les encantó. Se acercaron a la barra y
rápidamente Gladys, que así se llamaba la camarera, se acercó a ellos.
-¿qué van a
tomar los señores? –dijo Gladys con un marcado acento sudamericano.
-pon 3
Larios Cola. –contesto rápidamente Braulio.
-lo siento,
no tenemos Larios.
-pues cualquier
otro Vodka –esta vez fue Carlos el que habló.
-¡Larios es
ginebra capullo! –dijo Braulio.
-pues la
ginebra que quieras.
-¿les va
bien Watenshi?
-¿cuánto
cuesta?
-500 euros
el “cubata” –dijo Gladys con un poco de ironía.
-¡qué dices
loca!
-pon 3 del más
barato.
-3 gordon´s
marchando. Son 60 euros.
Carlos pagó
las consumiciones sin rechistar y se fueron a sentar al fondo del local.
Durante más
de media hora observaron atentamente a toda la gente que pasaba por el local
sin decir ni media palabra. Para ellos era un mundo nuevo que no entendían. Vieron
como una pareja de poco más de 16 años bailaba de manera insinuante, como si
estuvieran haciendo el amor en la pista de baile.
Otros no hacían
más que pasearse se la barra al lavabo, como si siempre se estuvieran meando.
Otros,
sobretodo grupos de chicas vestidas con mini vestidos, no hacían más que
pasearse exhibiendo sus cuerpos como si fueran ganado.
Tras un buen
rato, Julio se acercó a un grupo de 4 chicas que no separaban la mirada de sus
enormes smartphones.
-hola, ¿cómo
os llamáis?
-…
No hubo ningún
tipo de respuesta. Las chicas se consideraban demasiado importantes como para
perder el tiempo con esos pardillos.
Gladys no se
perdía nada de lo que estaba pasando, y en un momento de debilidad, sintiendo
pena por ese grupo de pardillos, decidió hacer algo de lo que siempre se iba a
arrepentir. Con su teléfono, contactó con un grupo de amigas que sabía que estaban
por la zona. Les comentó que había un grupo de chicos que, al igual que ellas,
estaban un poco desplazados y que podía ser una buena idea que se pasaran por
el Penélope para conocerlos.
Aparecieron
a los 5 minutos y, casi sin mirar a Gladys, se acercaron al grupo de informáticos.
Rápidamente congeniaron.
No tenían nada en común, pero el hecho de estar desplazados del resto de la
gente del local les unía de manera lógica.
Las conversaciones
cruzadas entre ellos fueron de lo más chocantes. Ellas no tenían ni idea de informática
y ellos no sabían nada de ropa femenina, que era el tema principal de conversación
que ellas tenían, pero tampoco eso era un problema.
A la hora de
estar allá, Julio propuso ir a otro “garito” (esa fue la expresión que él
utilizó). La moción fue aceptada y salieron a la calle no sin despedirse antes
de Gladys, que estaba totalmente sorprendida de lo bien que parecían llevarse. Fueron
al Gomorra y al Guinnes Bar. Cada vez se encontraban más bien y ellas empezaron
a cogerse de la cintura de ellos. Julio congenió con Roberta, Carlos con
Alfonsa y Braulio se agarró a la cintura de Cintia y de Leo. Verlos bailar en
la pista del Gomorra era todo un espectáculo. Ellos parecía que tenían una
escoba metida por el culo y ellas se movían tan “sexis” que parecían anguilas
en una pecera.
Llegados a
ese punto, Braulio (otra vez) propuso ir a la discoteca Penélope, que estaba un
poco más retirada de la línea de playa. Salieron a la calle e iniciaron el
camino hasta la discoteca. Roberta le iba explicando a Julio cuanto le gustaba
la camiseta azul con círculos blancos y rojos que él llevaba. Alfonsa le
contaba a Carlos lo mucho que quería a sus 3 gatos, y Cintia y Leo le contaban
a Braulio lo felices que eran viviendo juntas en el barrio de Vallecas de
Madrid.
Cuando llegaron
a la puerta principal, vieron que la cola que había no era muy larga, podrían entrar
sin mayores problemas. Hicieron 10 minutos de cola, y cuando les tocaba entrar,
Braulio de acercó al oído del enorme portero y le susurró algo que nadie pudo oír.
Sergei, que así
se llamaba el portero, sin mediar palabra, atizó un puñetazo a Braulio. La mandíbula
de Braulio crujió como si se partiera en mil pedazos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada