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dimecres, 8 de gener del 2020

Resacón en Benidorm (primera parte)


Julio se despertó sin saber dónde estaba. Estaba en medio del desierto. No podía recordar nada de lo que había pasado en los últimos 7 días. Se acordaba que había ido de vacaciones a Benidorm con unos amigos. Estaban en un hotel enorme y habían salido de fiesta. Habían intentado ligar, pero todas las mujeres a las que se acercaban salían corriendo. Eran el típico grupo de pardillos con pinta de intelectual que solo sabían hablar de videojuegos. No tenían muchas habilidades sociales, de hecho los dos primeros días solo habían ido del restaurante a la habitación a jugar a la consola. Consolas que habían traído de casa, ya que el hotel no disponía en las habitaciones. Partidas interminables de Call of Duty o de Fornite, de las mismas que hacían cuando estaban en casa, regadas con grandes dosis de RedBull y Monster.
Fue la tercera noche cuando decidieron salir a la calle. Se arreglaron lo que pudieron y fueron a cenar fuera. Cuando salían del McDonalds, Braulio propuso ir a una discoteca a tomar un pelotazo (uso esa misma expresión). Julio y Carlos le miraron con cara de susto, pero aceptaron ante la insistencia de su compañero.
El pub Penélope fue el sitio escogido. Con ese nombre no podía pasar nada malo, la abuela de Braulio se llamaba Penélope. Era un bar con vistas a la playa decorado de manera moderna que les encantó. Se acercaron a la barra y rápidamente Gladys, que así se llamaba la camarera, se acercó a ellos.
-¿qué van a tomar los señores? –dijo Gladys con un marcado acento sudamericano.
-pon 3 Larios Cola. –contesto rápidamente Braulio.
-lo siento, no tenemos Larios.
-pues cualquier otro Vodka –esta vez fue Carlos el que habló.
-¡Larios es ginebra capullo! –dijo Braulio.
-pues la ginebra que quieras.
-¿les va bien Watenshi?
-¿cuánto cuesta?
-500 euros el “cubata” –dijo Gladys con un poco de ironía.
-¡qué dices loca!
-pon 3 del más barato.
-3 gordon´s marchando. Son 60 euros.
Carlos pagó las consumiciones sin rechistar y se fueron a sentar al fondo del local.
Durante más de media hora observaron atentamente a toda la gente que pasaba por el local sin decir ni media palabra. Para ellos era un mundo nuevo que no entendían. Vieron como una pareja de poco más de 16 años bailaba de manera insinuante, como si estuvieran haciendo el amor en la pista de baile.
Otros no hacían más que pasearse se la barra al lavabo, como si siempre se estuvieran meando.
Otros, sobretodo grupos de chicas vestidas con mini vestidos, no hacían más que pasearse exhibiendo sus cuerpos como si fueran ganado.
Tras un buen rato, Julio se acercó a un grupo de 4 chicas que no separaban la mirada de sus enormes smartphones.
-hola, ¿cómo os llamáis?
-…
No hubo ningún tipo de respuesta. Las chicas se consideraban demasiado importantes como para perder el tiempo con esos pardillos.
Gladys no se perdía nada de lo que estaba pasando, y en un momento de debilidad, sintiendo pena por ese grupo de pardillos, decidió hacer algo de lo que siempre se iba a arrepentir. Con su teléfono, contactó con un grupo de amigas que sabía que estaban por la zona. Les comentó que había un grupo de chicos que, al igual que ellas, estaban un poco desplazados y que podía ser una buena idea que se pasaran por el Penélope para conocerlos.
Aparecieron a los 5 minutos y, casi sin mirar a Gladys, se acercaron al grupo de informáticos.
Rápidamente congeniaron. No tenían nada en común, pero el hecho de estar desplazados del resto de la gente del local les unía de manera lógica.
Las conversaciones cruzadas entre ellos fueron de lo más chocantes. Ellas no tenían ni idea de informática y ellos no sabían nada de ropa femenina, que era el tema principal de conversación que ellas tenían, pero tampoco eso era un problema.
A la hora de estar allá, Julio propuso ir a otro “garito” (esa fue la expresión que él utilizó). La moción fue aceptada y salieron a la calle no sin despedirse antes de Gladys, que estaba totalmente sorprendida de lo bien que parecían llevarse. Fueron al Gomorra y al Guinnes Bar. Cada vez se encontraban más bien y ellas empezaron a cogerse de la cintura de ellos. Julio congenió con Roberta, Carlos con Alfonsa y Braulio se agarró a la cintura de Cintia y de Leo. Verlos bailar en la pista del Gomorra era todo un espectáculo. Ellos parecía que tenían una escoba metida por el culo y ellas se movían tan “sexis” que parecían anguilas en una pecera.
Llegados a ese punto, Braulio (otra vez) propuso ir a la discoteca Penélope, que estaba un poco más retirada de la línea de playa. Salieron a la calle e iniciaron el camino hasta la discoteca. Roberta le iba explicando a Julio cuanto le gustaba la camiseta azul con círculos blancos y rojos que él llevaba. Alfonsa le contaba a Carlos lo mucho que quería a sus 3 gatos, y Cintia y Leo le contaban a Braulio lo felices que eran viviendo juntas en el barrio de Vallecas de Madrid.
Cuando llegaron a la puerta principal, vieron que la cola que había no era muy larga, podrían entrar sin mayores problemas. Hicieron 10 minutos de cola, y cuando les tocaba entrar, Braulio de acercó al oído del enorme portero y le susurró algo que nadie pudo oír.  
Sergei, que así se llamaba el portero, sin mediar palabra, atizó un puñetazo a Braulio. La mandíbula de Braulio crujió como si se partiera en mil pedazos.

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