Xavier Perelló vivía solo en un Apartamento
de 25 metros cuadrados. Cada día, después del aplauso a los sanitarios, salía a
la calle arriesgándose a que le pusieran una multa. Su obsesión por las aceras
de Barcelona le había llevado a contar los panots de las calles del Eixample
barcelonés. Últimamente estaba comprometido en la búsqueda de uno de los
secretos mejor guardados de la ciudad de Barcelona.
Su vida como cartero le había
acostumbrado a caminar por las calles de Barcelona como solo un experto podía
hacer. Se conocía todos los rincones de la ciudad, sabía dónde comer unos
buenos caracoles con tomate a las diez de la mañana o donde comprar tinta para
la impresora a cualquier hora del día. Cada cierto tiempo cambiaba de ruta de
reparto y así podía conocer todos los barrios y los distritos de Barcelona.
Pero la pandemia había acabado
con todo. Le habían despedido. Él creía que era por la disminución de trabajo,
pero realmente era por su ineptitud. En todas las rutas que hacia había quejas.
Siempre traspapelaba paquetes o daba avisos de hacienda a las personas
equivocadas. Su jefe le había echado el día 13 de marzo, un día antes del
inicio del confinamiento.
Xavier se había parapetado en
casa a la espera del fin del mundo. Su pisito del Pasaje Centelles de Barcelona
se había convertido en un verdadero estercolero a partir de la segunda semana
de reclusión. Salía alguna mañana a buscar comida, pero únicamente compraba
patatas fritas y pipas. Esa era su única dieta. Había visto todas las series
posibles en Netflix. Aunque no había entendido ninguna.
El jueves 23 de abril no pudo
soportarlo más y decidió salir a la calle a acabar su experimento. Empezó
contando los panots del suelo de las aceras para ver si era verdad lo que había
leído en un blog acerca de una misteriosa entrada a otra dimensión. Empezó a
apuntarlo todo en una pequeña libreta moleskine. Lo hacía a partir de las ocho
de la tarde con la esperanza de que la policía no le parase y le multase. La
excusa de ir a comprar era buena, pero nunca sabia como podría justificar una
salida a esas horas para comprar el pan.
Los números 27, 69 y 72 se
repetían constantemente, pero no podía encontrar la posición exacta de los
panots diferentes que le llevarían al código numérico que le abriría la puerta.
La puerta la encontró de
casualidad. Se había desplazado hasta la plaza España caminando, y había subido
alguna de las escaleras que llevaban a las fuentes de Montjuic, ahora cerradas.
Había investigado todas las puertas de los pabellones de la Exposición
Universal de 1929 que aún quedaban y, finalmente la había encontrado. En 1923
habían finalizado la construcción del palacio Victoria Eugenia. Diseñado por el
arquitecto Puig i Cadafalch, el pabellón se decoró inspirándose en el barroco
catalán, y en las columnas de la puerta que daba a la plaza Puich i Cadafalch
Xavier encontró la puerta que estaba buscando.
Intentó aplicar todos los datos que había
recogido de las aceras de Barcelona, pero nada había funcionado. Los números se
repetían, pero no había podido localizar ningún resorte que le permitiera
entrar a una nueva dimensión, tal y como había leído que se podía hacer. Ya
estaba por desistir cuando un coche de la Guardia Urbana de Barcelona apareció
de la nada.
-
¿qué?, ¿buscando a Pilar Rahola?
-
¿Perdón?
-
¿Eres otro chiflado que está buscando una puerta a otra dimensión?
–dijo la mujer policía desde el interior de su vehículo.
-
No sé de qué me hablas.
-
No te hagas el tonto, -dijo Marisa mientras salía del coche.
-
¿pero qué dices?
-
No eres el primero que pillamos en plena cuarentena buscando accesos
al más allá
-
Solo estoy dando un paseo.
-
Pues te voy a tener que multar, ya que eso está prohibido.
-
¡Venga mujer! No estoy haciendo nada malo.
-
Reconoce lo que estás buscando y no te multaré
-
Es que vi una cosa en internet, y estoy intentando averiguar si es
cierto.
-
Pues que sepas que no eres el primero, ya hemos visto a unos cuantos.
-
Y ¿alguien ha encontrado algo?
-
No seas flipado, no hay nada que encontrar.
-
Yo estoy seguro que lo tengo, pero no encuentro el acceso, mira, lo
tengo todo apuntado aquí – dijo mientras le enseñaba la Moleskine.
-
A ver, déjame esa libreta
Marisa miró
la libreta página a página mientras Xavier se apoyaba en una de las columnas de
la puerta al palacio.
De repente,
la columna empezó a girar sobre sí misma. Los dos se quedaron mirando
estupefactos. Poco a poco empezó a girar la columna de al lado. Al rato lo
empezaron a hacer todas. En el centro de la puerta, empezó a crecer una luz de
color azul. La luz fue abriéndose hasta que dejó un espacio suficiente para
dejar pasar a una persona. Xavier no lo dudó ni un segundo y se abalanzó al
interior de la puerta. De repente la luz desapareció y las columnas dejaron de
girar.
Marisa
cerró la libreta y se la guardó en el bolsillo. Mientras se subía al coche dijo
en voz alta.
-
Otro que se queda en el otro lado.
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