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dimarts, 26 de maig del 2020

La Riada


Habíamos pasado la tarde en casa de mi suegra. Allí estábamos todos, mi marido Andrés, su madre, varios de sus hermanos y mis tres hijos, Estrella Andrés y Jesús, el pequeño que en ese momento tenía un año y unos meses.
La familia de mi marido había emigrado desde un pequeño pueblo de Valladolid, de la misma manera que yo lo había hecho desde un pequeño pueblo de la comarca de los Monegros en Huesca. Habíamos comprado un piso en el barrio Riera de Cornellá, una ciudad al sur de Barcelona que, en los últimos años había crecido de manera exponencial gracias a los miles de emigrantes que nos fuimos a vivir allí. Era una vida sencilla que nos había costado muchísimo conseguir, todo el día trabajando para tener lo que no habíamos tenido en el pueblo, una vida digna.
Aquel lunes 20 de septiembre de 1971 parecía que iba a ser un día más, pero no lo fue.
El piso de mi suegra era un tercero que tenía el balcón en dirección al campo de rugby, que estaba justo al lado del río Llobregat. Justo entre la entrada al estadio y nosotros, había un terraplén que técnicamente tenía que aislarnos de la crecida del rio. Desde la ventana vimos como los charcos del terraplén se iban haciendo cada vez más grandes, hasta que parecía que se nivelaban con el rio.
A eso de las siete de la tarde, decidimos irnos a nuestra casa, que estaba en la misma calle San Jerónimo, a unos 200 metros más hacia la vía del ferrocarril. Mi marido no paraba de bromear asegurando que si no nos íbamos, nos íbamos a mojar los pies.
Al llegar a la altura de la calle San Lluis, a tan solo 70 metros de la casa de mi suegra, empezamos a mojarnos los pies…
El rio estaba creciendo más de lo que nunca nos podíamos imaginar.
Subimos a casa, el número de 20 de la calle san Jerónimo, un quinto piso que en ese momento nos dio mucha seguridad. Dimos la cena a los niños y los pusimos a dormir. Andrés, mi marido, quiso volver a casa de su madre para ver si estaba todo bien. Bajo las escalera y se encontró que el agua ya cubría los primeros escalones. Los vecinos de la primera planta empezaron a salir de sus casas, ya que no podían controlar todo el agua que les estaba entrando. Muchos de ellos tuvieron que dormir en casa de otros vecinos en plantas superiores.
Estábamos completamente aislados.
Poco desde se fue la luz y la oscuridad fue completa. Unas simples velas nos sirvieron para pasar la noche. No teníamos teléfono y la incomunicación con el resto del mundo fue total.
Nos pasamos toda la noche mirando por la ventana que daba al ferrocarril.
Desde la ventana estuvimos viendo la vía del Carrilet, que se  cubrió de agua, y hasta las seis de la mañana estuvimos viendo pasar todo tipo de bultos arrastrados por el agua, coches, arboles, bidones,… el espectáculo era dantesco.
Fue una noche larga. Ya que no tuvimos comunicación con nadie. Al amanecer vimos el enorme destrozo que el rio hizo en el barrio. Numerosas familias se habían quedado sin nada. Negocios arruinados, calles anegadas que tardaron meses en volver a la normalidad.

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