Nadie en la familia de Miquel Murcia había jugado a rugby. Sus padres, llegados desde Extremadura a la población de Rubí en Barcelona en los años setenta no habían tenido oportunidad de hacer otra cosa que no fuera trabajar. Con quince años Miquel ya media 1,85, varios equipos de baloncesto intentaron que jugaran para ellos, pero él había descubierto el rugby cuando un amigo le invitó a entrenar en un equipo que había en el pueblo de al lado.
Rápidamente se hizo un lugar en el
equipo. Su juego de numero 8 era impresionante. Las categorías sub 16 y sub 18 pronto
se le quedaban pequeñas. Siempre jugaba en el equipo superior, ganando varios
campeonatos de España y siendo convocado primero por la selección catalana y más
tarde por la selección Española, con la que llegó a jugar el campeonato de
Europa juvenil de 2014.
No le gustaba mucho estudiar, pero las
condiciones que le pusieron sus padres para que pudiera hacer deporte eran muy
claras, si no estudiaba una carrera, no podía jugar a rugby. Acabó como pudo el
bachillerato e inició estudios de INEF, ya que era lo más parecido a lo que él quería
ser, profesional de rugby.
Cuando llegó a la categoría sénior, su
club se le quedó pequeño. Jugaba en la segunda categoría nacional y, desde la Federación
ya le habían dicho que jugando allí iba a ser muy difícil que le convocaran
para jugar en la selección nacional. Los dos equipos catalanes que jugaban en División
de Honor le habían hecho ofertas, pero no eran del todo satisfactorias. Le prometían
algo de dinero y trabajos de media jornada, pero él quería más. Quería dedicar
todo su tiempo a entrenar como un profesional. Los estudios eran secundarios,
pero le iban bien para mejorar físicamente. Los profesores le enseñaban cosas
que él podía aplicar en sus entrenos, pero de ninguna manera se iba a dedicar a
ser un simple profesor de educación física, eso no iba a pasar nunca.
Un día de verano de 2016 recibió la
llamada que estaba esperando. Había un proyecto muy interesante en una ciudad
de Castilla que le podía interesar. Le proporcionaban vivienda en el campus de
la universidad, le pagaban la matrícula y el curso y le asignaban la cantidad
de mil euros mensuales en concepto de beca. Solo tenía que hacer una cosa,
jugar en el equipo de la Universidad que acababa de subir a división de Honor.
Era la oportunidad de su vida. En septiembre
se presentó en esta ciudad. Sus compañeros de equipo le recibieron fríamente. Había
argentinos, franceses, samoanos, australianos, y algún español. Los entrenos se
hacían en inglés, y a nadie le parecía importar las clases universitarias.
Miquel estaba en su salsa. Rápidamente se ganó la titularidad y, aunque el
equipo no iba muy bien en la clasificación general, en enero recibió la primera
llamada para una convocatoria en la selección española absoluta.
En el primer partido que disputó, salió
desde el banquillo en la victoria a Rusia. Su actuación fue muy destacada y así
se ganó un puesto en el equipo titular. En esa selección jugó con lo mejor que
la federación había encontrado, jugadores franceses con ascendencia española,
jugadores extranjeros que jugaban la liga española y algún que otro jugador nacional.
Ese año España quedó tercera en la clasificación
del Europe Championship. Durante el año 2018 se decidiría quien iba al mundial
de Japón, y ahí era donde Miquel tenia puestas todas sus expectativas. Una
buena actuación le iba a garantizar un buen contrato profesional en alguna liga
francesa o inglesa. Ese era su futuro.
El 11 de febrero empezaron muy bien
ganando a Rusia en Krasnodar, aunque la clave estaba en el partido contra
Rumania. En 2017 habían perdido por muy poco y una victoria les podía dar el
acceso al mundial. De hecho les daba el acceso a jugar el partido inaugural
contra Japón.
El día 18 era el día clave. Jugaron contra
Rumania en el estadio Central de Madrid. Allí ganaron por 22 a 10 con dos
ensayos de Miquel. Fue un gran triunfo, con más de 15000 personas en las gradas,
todo estaba preparado para ir al mundial. Solo quedaba ganar a Alemania y a Bélgica
y se aseguraban la clasificación. El único problema fue una lesión que se hizo
en un dedo de la mano derecha a diez minutos del final.
Parecía que no era nada más que una
fisura, por lo que no se preocupó más por el tema y siguió entrenando, aunque
la lesión no le permitía jugar.
El 11 de marzo sus compañeros se imponían
a Alemania por 84 a 10. El veía el partido desde la grada. Solo le quedaba un
mes para poder volver a los campos, por lo que se iba a perder el último
partido ante Bélgica, a la que habían ganado 30 a 0 el año anterior. Pero lo más
importante, iba a llegar en perfecto estado a la fase final del mundial que se
disputaba en octubre del año siguiente en Japón.
Ese miércoles 14 de marzo, en una revisión
rutinaria le llegó la mala noticia. El hueso no se había soldado bien. Necesitaba
cirugía y posiblemente debería estar muchos meses de baja. Eso podía suponer
que se iba a perder toda la preparación del equipo nacional para el mundial. No
podía estar pasando eso. Era el final. Pese a su juventud, Miquel no iba a ser
capaz de soportar esa decepción. Tenía que haber otra manera. Y la había. Había
una alternativa. Los doctores le aseguraron que si decía amputarse el dedo, la recuperación
iba a ser mucho más rápida, posiblemente durante el verano podría volver a los
campos. Miquel no se lo pensó dos veces. Perder el dedo corazón valía la pena
si la recompensa era jugar un mundial de Rugby.
Ese mismo domingo 18 de marzo mientras
sus compañeros jugaban contra Bélgica en el Estadio Balduino, Miquel entraba en el quirófano para amputarse
el dedo. El dedo que le iba a suponer un futuro inmejorable. El resto es
historia.
Historia es que España perdió ese partido
18 a 10 gracias un penoso arbitraje del colegiado rumano que hizo que Rumania
se clasificara para el mundial y España pasara a la repesca.
Repesca que nunca jugó, ya que después de
varias denuncias por alineaciones indebidas (extranjeros que había jugado ya
para sus países de origen) Rumania, España y Bélgica fueron sancionadas de
manera que cayeron en la clasificación. Se clasificó directamente al mundial
Rusia (cuando solo había ganado dos partidos) y pasó a la repesca Alemania (que
no había ganado ningún partido)
Viva el rugby.
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