Había sido
un día extraño. Habíamos ido a la comisaria de la policía Nacional en Sant Ildefons a intentar ayudar a un amigo que
había sido acusado injustamente de un crimen que, claramente, no había
cometido.
La rueda de
identificación había tal y como su abogado había dicho que iba a ir, el taxista
no le había identificado.
Todos
estábamos mucho más relajados y fue entonces cuando nuestro humor habitual
empezó a fluctuar a su suerte. Los policías nos miraban con caras raras, pero
nosotros, unos 15 mostrencos jugadores y ex jugadores de rugby (aunque
técnicamente nunca dejas de ser jugador de rugby) estábamos en nuestra salsa.
Ya empezábamos a movernos hacia la salida, cuando uno de los policías, familiar
directo de uno de nosotros, nos pidió un favor.
-¿podéis
participar en unas ruedas de reconocimiento?
Nos quedamos
flipando con el ofrecimiento, pero como no podía salir nada mal, unos cuantos
nos apuntamos sin dudarlo. Necesitaban gente con el pelo largo. Unos cuantos acompañaron
al comisario escaleras abajo.
Cuando ya
estaban volviendo, uno de nosotros pregunto si se iba a cobra algo por hacer
esto. La respuesta del policía no pudo ser más clara
-si se cobrara,
lo haríamos nosotros los policías.
Por un
momento me imaginé a un yonqui rodeado de policías, vestido de policías, en una
rueda de reconocimiento.
En ese
momento dijeron que necesitaban gente con la cabeza pelada. Ese era mi turno.
Justo me había afeitado la cabeza el día anterior. Bajamos a los sótanos de la
comisaria y nos pusieron en fila en una sala con líneas dibujadas en la pared.
Entre Diego, un compañero del equipo, y
yo, dejaron un espacio libre.
A los pocos
segundos entró un individuo con la cabeza afeitada. Nadie le miró la cabeza.
Llevaba toda la cara amoratada de la paliza que le habían pegado. Iba en
chándal y llevaba las zapatillas deportivas sin cordones. ¡Como para a no ser
identificado!
Lo pusieron
a mi lado. Me miro de abajo arriba, y a continuación dijo:
-¡pero que tíos
más grandes!
No es que fuéramos
muy grandes, es que él era algo canijo.
-por
una tienda en la diagonal, ¡pero si yo
nunca voy por ahí! –sus palabras salieron como intentando tener una
conversación con nosotros.
Diego
rápidamente le contestó.
-¿no lo has
hecho tú?
Justo en el
momento que iba a contestar se abrió la puerta y entro el policía que
conocíamos por ser cuñado de uno del equipo. Empezó a repartir unos números que
afirmó que teníamos que aguantar en nuestro pecho. Al llega al “sospechoso” éste,
que casi no se aguantaba de pie, dejó caer la tarjeta con el numero al suelo.
-que pasa,
¿que ni un papelito puedes aguantar?
La voz del
policía resonó en toda la sala, el tono chulesco nos dejó a todos acojonados.
Bueno, quizás a todos menos al que tenía que intimidar. Años después a este policía
lo mataron en una comisaria de Murcia cuando otro sospechoso robó el arma de un
policía y se lió a tiros con todos. Pero eso es otra historia.
Una vez
salió el policía de la sala. Desde un altavoz nos fueron dando indicaciones,
que nos fuéramos poniendo de lado o que diéramos un paso al frente.
Finalmente
nos comunicaron que podíamos salir en fila, pero que nos fuéramos, que tenían
que hacernos una foto. Yo supuse que era porque le habían identificado, aunque
nunca nos lo confirmaron.
Meses
después me encontré a mi prima, que trabajaba en el juzgado de Cornella, y me
contó que me había visto en una foto durante un juicio. Supongo que sí había
ido por la Diagonal.
¡Cómo me
gustaría tener esa foto!
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