Dades personals

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diumenge, 19 de juliol del 2020

Sospechosos Habituales


Había sido un día extraño. Habíamos ido a la comisaria de la policía Nacional en Sant  Ildefons a intentar ayudar a un amigo que había sido acusado injustamente de un crimen que, claramente, no había cometido.
La rueda de identificación había tal y como su abogado había dicho que iba a ir, el taxista no le había identificado.
Todos estábamos mucho más relajados y fue entonces cuando nuestro humor habitual empezó a fluctuar a su suerte. Los policías nos miraban con caras raras, pero nosotros, unos 15 mostrencos jugadores y ex jugadores de rugby (aunque técnicamente nunca dejas de ser jugador de rugby) estábamos en nuestra salsa. Ya empezábamos a movernos hacia la salida, cuando uno de los policías, familiar directo de uno de nosotros, nos pidió un favor.
-¿podéis participar en unas ruedas de reconocimiento?
Nos quedamos flipando con el ofrecimiento, pero como no podía salir nada mal, unos cuantos nos apuntamos sin dudarlo. Necesitaban gente con el pelo largo. Unos cuantos acompañaron al comisario escaleras abajo.
Cuando ya estaban volviendo, uno de nosotros pregunto si se iba a cobra algo por hacer esto. La respuesta del policía no pudo ser más clara
-si se cobrara,  lo haríamos nosotros los policías.
Por un momento me imaginé a un yonqui rodeado de policías, vestido de policías, en una rueda de reconocimiento.
En ese momento dijeron que necesitaban gente con la cabeza pelada. Ese era mi turno. Justo me había afeitado la cabeza el día anterior. Bajamos a los sótanos de la comisaria y nos pusieron en fila en una sala con líneas dibujadas en la pared. Entre Diego, un compañero del equipo,  y yo, dejaron un espacio libre.
A los pocos segundos entró un individuo con la cabeza afeitada. Nadie le miró la cabeza. Llevaba toda la cara amoratada de la paliza que le habían pegado. Iba en chándal y llevaba las zapatillas deportivas sin cordones. ¡Como para a no ser identificado!
Lo pusieron a mi lado. Me miro de abajo arriba, y a continuación dijo:
-¡pero que tíos más grandes!
No es que fuéramos muy grandes, es que él era algo canijo.
-por una  tienda en la diagonal, ¡pero si yo nunca voy por ahí! –sus palabras salieron como intentando tener una conversación con nosotros.
Diego rápidamente le contestó.
-¿no lo has hecho tú?
Justo en el momento que iba a contestar se abrió la puerta y entro el policía que conocíamos por ser cuñado de uno del equipo. Empezó a repartir unos números que afirmó que teníamos que aguantar en nuestro pecho. Al llega al “sospechoso” éste, que casi no se aguantaba de pie, dejó caer la tarjeta con el numero al suelo.
-que pasa, ¿que ni un papelito puedes aguantar?
La voz del policía resonó en toda la sala, el tono chulesco nos dejó a todos acojonados. Bueno, quizás a todos menos al que tenía que intimidar. Años después a este policía lo mataron en una comisaria de Murcia cuando otro sospechoso robó el arma de un policía y se lió a tiros con todos. Pero eso es otra historia.
Una vez salió el policía de la sala. Desde un altavoz nos fueron dando indicaciones, que nos fuéramos poniendo de lado o que diéramos un paso al frente.
Finalmente nos comunicaron que podíamos salir en fila, pero que nos fuéramos, que tenían que hacernos una foto. Yo supuse que era porque le habían identificado, aunque nunca nos lo confirmaron.
Meses después me encontré a mi prima, que trabajaba en el juzgado de Cornella, y me contó que me había visto en una foto durante un juicio. Supongo que sí había ido por la Diagonal.
¡Cómo me gustaría tener esa foto!

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