Hoy he soñado con mis botas de jugar a rugby. De los 25 años
que jugué federado (los años de veterano ya no cuentan) siempre jugué con el
mismo modelo de botas: las Adidas Flanker. Recuerdo que con 13 años empecé a
entrenar con unas botas de futbol que mi padre había tenido de cuando jugaba
partidos de futbol con su empresa en campos de tierra. A las pocas semanas los
pies me dolían de una manera que mi madre se apiadó de mí y me acompañó a
comprarme unas botas “de rugby”. Ese concepto era nuevo para todos. Botas de
rugby. ¿Qué diferencia podían tener de botas de otro deporte? Pues todo.
Fuimos a la única tienda
de deporte de había en mi barrio, Deportes Lafaja. Años después me enteré que
el señor Lafaja había sido jugador del Rugby Club Cornella, igual que yo en
esos momentos. Supongo que por ese motivo allí tenían material de rugby, ya que
era algo que en cualquier tienda no se podía encontrar.
Una vez en la tienda la dependienta me preguntó que de que
jugaba. Me quedé impactado. “de delantero” contesté al momento. Entro en el almacén
y me sacó una caja azul con tres franjas blancas en el lateral. Las botas eran
negras con tres franjas amarilla en cada lado. Era de tobillo alto (como unas
zapatillas de baloncesto), tenían la puntera redondeada y dura, casi como un
zapato de seguridad de los que hoy en día utilizan los toreros en los almacenes.
Pero lo que más me impactó fueron los tacos. Cada bota tenía 6 tacos de aluminio
(más adelante las harían con 8 tacos) que brillaban como la espada de un samurái
a punto de cortar una cabeza.
-
¡esas son la que yo quiero!.
Mi madre no estaba convencida. Como me iba a poner esas
botas... si podría matar a alguien.
El precio era prohibitivo. Pero supongo que la emoción de
llevaba en el cuerpo convenció a mi madre y me las compró. Recuerdo que venían con
una llave en forma de palometa que usábamos para cambias los tacos
Esa tarde en el vestuario antes del entrenamiento, mis
compañeros de equipo hicieron un corrillo alrededor mío para ver cómo me las ponía.
Quizás eso nunca pasó así, pero yo lo viví así.
Recuerdo que me duraron muchos años. Cuando se rompían, mi
padre me las remendaba. Cuando la suela estaba reventada, yo me hacía
plantillas artesanales con trozos de goma. Cada vez que le cambiaba los tacos,
siempre de 2 centímetros, independientemente del estado del campo, parecía que
estrenaba botas. En esa época los árbitros no revisaban los tacos, pero a mí me
gustaba tenerlos siempre largos. Si había que cambiar el taco y se rompía la
rosca, no había problema, se cambiaba la hembra y ya tenía botas nuevas…
Con el tiempo me compré otras botas. Pero siempre el mismo
modelo. Cuando cerró Lafaja empecé a comprarme las botas en el Valles. Esta tienda
mítica del Poble Sec barcelonés era visita obligada cada cierto tiempo. Allí me
compré mis primeras camisetas de Gales o de Inglaterra, incluso alguna sin
escudo, pero al tener las líneas horizontales, para mi eran como si fueran de
los Barbarians o de los Lions.
El modelo Flanker fue evolucionando, pero yo siempre le fui
fiel. Incluso en una época en que las primeras veces que me las ponía me hacían
una llagas enormes en el talón. Algunos las bautizamos como Adidas Llagas.
No puedo recordar cuantas me llegue a comprar, 5 o 10 pares…
ni idea. En el año 2006 planeé retirarme definitivamente. Calculé que cuando
las botas que tenía estuvieran rotas, me retiraba. Todo estaba decidido. Pero un
día paseando por los encantes viejos de Barcelona en una parada de zapatillas
vi una caja Adidas con las letras mágicas "Flanker". La abrí y allí estaban mis últimas
botas. Estas eran de tobillo bajo, era la primera vez que llevaba una botas
bajas, pero es que Adidas ya no fabricaba de las alta. Pagué 15 euros por
ellas. Creo que son las botas más baratas que me he comprado. Jugué un año más
en División de Honor B (por cierto quedando terceros de nuestro grupo) y después
me retiré.
He llegado a jugar con ellas algún partido de veteranos,
incluso mi hijo ha jugado algún partido de sub18 con ellas. Por lo que cuando
vi el cartel de “prohibido jugar con tacos de aluminio” en las puertas del
vestuario mi mundo se derrumbó. Habían puesto césped artificial a nuestro campo
en Cornellá y los tacos de aluminio se desgastaban demasiado y eran peligrosos.
Las guardo como reliquia, no creo que me las ponga nunca más.
Siempre serán mis Adidas Flanker.