August Massó
i Cortada era un barcelonés orgulloso de serlo. Un auténtico barcelonauta que
paseaba por su ciudad con la cabeza bien alta.
En Navidad
paseaba por la Feria de la Gran Via y compraba caganers en la feria de Santa
Llucia. Para la Mercé iba al piro musical a Montjuic. Incluso era de los barceloneses
que habían ido a la Sagrada Familia a oír misa, no como turista.
Siempre le
habían gustado los turistas, no era un tema que le preocupara. El gran
crecimiento turístico de la ciudad era para él un motivo de orgullo. Sus
vecinos del piso de que tenía en la calle Rogent estaban desapareciendo por
culpa de los pisos turísticos que abrían uno tras otro. En su caso, al ser
propietario, no le habían ni subido el alquiler ni finalizado el contrato, pero
ya era el único de la escalera que había nacido en la ciudad.
A su mujer,
Gisela, la había conocido en unas jornadas que Convergencia Democrática de
Cataluña había organizado en su barrio. Ella era todo lo que él había esperado
de una mujer, católica, obediente, discreta, sin mucha belleza, ya que así no
atraería a las tentaciones…
Su trabajo
el Caixa le llenaba plenamente. Hacia su jornada laboral con alegría y llegaba
a casa a comer los cocidos que Gisela le preparaba con mucho amor.
El final de
la carrera política de su admirado Jordi Pujol había sido una de las mayores
decepciones que había tenido en su vida. Lo había vivido de forma discreta, no
podía creer que un político de la talla del President tuviera tantos trapos
sucios. Siempre lo defendió ante sus amigos y esto le supuso algún que otro
problema. En 2010 con el inicio del “proces” se distanció totalmente de sus
amigos convergentes. No es que no quisiera la independencia de Cataluña, es que
no podía creer que los políticos convergentes pudieran trabajar codo con codo
con los perro flautas de las CUP o con republicanos de Esquerra. Para él Artur
Mar era un traidor más que se había vendido a la izquierda por seguir en el
poder.
Había vivido
el octubre de 2017 desde la distancia. No había querido ir a votar, ya que no
creía que ese referéndum fuera válido. Todo habría cambiado si Jordi Pujol, o
Marta Ferrusola en su caso, se hubiera pronunciado a favor del voto. Los palos
de la policía le habían indignado, pero las detenciones de los dirigentes políticos
le habían parecido algo razonable, nadie se puede saltar la ley.
Prácticamente
había dejado de leer La Vanguardia y de ver TV3. De vez en cuando veía Antena
3, pero tampoco le convencía.
En febrero
de 2020 le quedaban únicamente dos años para jubilarse y en la Caixa ya le
habían avisado que posiblemente finalizarían su contrato en unos meses, así
pasaría a cobrar el desempleo y después poder cobrar una jubilación digna. El
dinero tampoco le importaba mucho. El no tener hijos y al llevar una vida discreta
junto a su mujer, le había permitido ahorrar algo. Únicamente se iba a permitir
un capricho. El día que su jubilara iría de viaje a Roma a ver al Santo Padre.
El único problema era que el actual Papa no le gustaba nada, no estaba a la
altura del Papa Wojtyla o de Ratzinger. Este argentino iba a acabar con la
santa iglesia en muy poco tiempo. Tenía la esperanza que, para cuando se
jubilara ya hubieran cambiado al Papa, aunque eso era algo difícil.
El 17 de
febrero el señor Massó decidió salir de la ciudad para ir a su querida montaña de
Montserrat. Junto con su mujer Gisela,
se dirigió al parking que tenía desde los años ochenta alquilado en la calle
Mallorca, a coger su Mercedes GLA recién salido del concesionario. Era lunes y
no había mucha gente por la calle. Cuando llegó a la planta baja donde estaba
su coche se llevó la gran sorpresa de que su coche había desaparecido. ¡Eso no
le podía estar pasando a él! ¡Él que siempre tenía todos los papeles en regla,
que siempre pagaba todos los recibos!
Acudió a la
comisaria a poner la denuncia por robo. Allí le indicaron que era difícil que
el coche apareciera. Esos modelos se robaban para vender en el extranjero, por
lo que iba a ser muy difícil que lo encontraran en buenas condiciones.
August y
Gisela se fueron a casa totalmente decaídos. La semana que se había pedido de
vacaciones no iba a ser nada buena. Casi era mejor volver al trabajo. Eso hizo
al día siguiente. Pero allí le dijeron que no podía volver hasta el lunes
siguiente, por temas del sindicato, no podía renunciar a sus vacaciones.
De repente
todo se había complicado. Sin coche para ir de vacaciones. Sin posibilidad de
ir al trabajo… solo les quedaba salir a pasear por Barcelona. Podían hacer de
turistas en su propia ciudad. Se dedicar a pasear por los alrededores de la
Sagrada Familia. Se hicieron fotos con los edificios de fondo. Incluso comieron
en un McDonalds. Dieron vueltas por el barrio, contaron la cantidad de
cafeterías clónicas que habían abierto, Garnier, Vivari, 365, l’Obrador…
A los tres
días August fue al parking a ver si los vigilantes habían encontrado alguna
pista. Y cuál fue su sorpresa que su querido coche estaba aparcado en su plaza
como si no hubiera pasado nada. Abrió con su llave y certificó que el coche
estaba impecable. Ni un golpe, ni una rascada, nada de nada.
En el
asiento del copiloto encontró una hoja que decía el siguiente texto:
“apreciado
dueño de este coche, nos hemos llevado el coche por que lo necesitábamos para
hacer un viaje de última hora. Se lo devolvemos en perfecto estado y con el depósito
de gasolina lleno. Le adjunto unas
entradas al teatro a modo de disculpa.”
Efectivamente,
había 2 entradas al teatro Poliorama para el sábado 22 de febrero para ver la
obra de teatro “La Importancia de ser Frank”.
August
corrió a su casa para darle la noticia a Gisela. Después llamó a los Mossos y
canceló la denuncia. Todo parecía que volvía a la normalidad.
Llegó el
sábado y se puso sus mejores galas para ir al teatro. Hacía más de veinte años
que no iba a teatro, siempre le había parecido cosa de rojos, pero esta vez iba
a ir como si fuera al Liceo, tenía que celebrar su buena suerte.
Cuando acabó
la obra, que por cierto, no le gustó en absoluto, August y Gisela tomaron un
taxi en la Rambla para ir a casa.
Había sido
una noche un poco decepcionante, pero ya era hora de llegar a casa y empezar a
pensar en ir a trabajar el lunes.
Al entrar en
casa se dio cuenta de que algo no iba bien. Él había dejado la cerradura
cerrada con doble vuelta y ahora ya no estaba así. Todo el piso estaba revuelto,
las joyas, el dinero, todo lo de valor había desaparecido. Televisiones, teléfonos,
aparatos electrónicos, ya no estaban. Toda la ropa de la pareja estaba tirada
por el suelo, no habían dejado nada por remover. Los ladrones se habían tomado
su tiempo, sabían que la obra duraba más de dos horas y aprovecharon el tiempo.
Ningún vecino vio nada. De hecho, ningún turista vio nada.
August salió
corriendo al parking de la calle Mallorca. En el sitio donde tendría que estar
su coche, había un cartel con el siguiente mensaje:
“espero que
os gustase la obra de teatro, gracias por todo”.